10 DE ENERO DÍA DE LA MUJER MIGRANTE: MARCELINA MENESES FUE ARROJADA A LAS VÍAS DEL TREN

Cultura

Este 10 de enero se recuerda el asesinato de Marcelina Meneses, mujer boliviana que fue arrojada a las vías del tren en la ciudad de Buenos Aires. Como muchos otros y otras, Marcelina emigró buscando mejores días para ella y su familia, sin embargo, encontró la muerte de la mano de personal de seguridad de una línea de trenes. 

Esta es su historia.

Son las nueve de la mañana, es un día miércoles y los termómetros dicen que hace exactamente 30 grados de calor, pero en el interior de esta oruga de hierro de traqueteo infernal que se mueve a 80 kilómetros por hora, la sensación real de la temperatura es de 40 grados. Todas las puertas y ventanas de los vagones están abiertas, sin embargo el tren echa humo, no del pico de la locomotora, sino de los hierros que se derriten. 

Los pasajeros sofocados, tratan de no tocar las paredes del tren como si fuera una plancha eléctrica. Marcelina es una mujer de 31 años, llegó hace cinco años a Buenos Aires en busca de trabajo y de un destino diferente al de su patria.

La mujer trata de acercarse a la puerta del tren que va repleto de gente colgada de los pasamanos. “No empujés, boliviana de mierda”, le dice un hombre a quien Marcelina ha rozado apenas, los demás pasajeros histéricos vomitan en coro contra Marcelina toda suerte de improperios xenófobos y de otros desprecios, la zarandean, la empujan. 

Marcelina que lleva en espalda a su hijo Alejandro de dos meses y tiene las manos llenas de bolsas, no puede sostenerse de ningún pasamanos. El tren se mueve torpemente, llegan por fin a la puerta, pero aún no se divisa la estación donde debe bajar, el tren continúa su marcha veloz. Es el inicio de un día pegajoso y sucio, los insultos no cesan.

“Estos bolivianos siempre jodiendo», le dice el guardia del tren que está parado en la puerta y como quien le hace lugar en realidad la empuja.

Marcelina y Alejandro caen; en el último instante Marcelina trata de sujetarse de algo, de alguien, pero no ve ninguna mano extendida, caen abrazados, despreciados, solos a enfrentarse con el dolor infinito. 

Ninguna palabra puede describir el instante entre ellos y los rieles.

Se oye un grito inmenso cargado de angustia y terror, y nada más, el tren continúa su bulliciosa carrera a la estación.

«Que hiciste pelotudo», le dice al guardia un pasajero; yo, nada, responde el guardia. Nadie vio nada, nadie escuchó nada, De no mediar la solidaridad del pasajero Julio Cesar Jiménez que vio lo que sucedió y luego denunció el hecho a la comisaría, este abominable suceso habría pasado inadvertido, como un descuido de «la boliviana».

La policía recogió los cuerpos, lo que quedaba de ellos, y archivó el caso caratulado como: “accidente incierto”, o alguna otra palabra técnica que justifique su vergonzoso accionar, toda vez que a un boliviano lo atraviesa un cuchillo, una bala, o lo destripan los rieles de un tren. 

En la próxima estación, los valerosos hombres y mujeres que insultaron a una mujer con un niño en la espalda descienden despreocupados, no se sienten culpables. Al final solo eran una boliviana y su hijo además ellos no la empujaron, sólo la insultaron.

Sucedió el 10 de enero de 2001. 

Los (entonces) diputados, Fernando Kiffer y Manuel Suárez, expeditos hicieron las maletas para ir a investigar el hecho a Buenos Aires, enviados por un Congreso ajeno a los problemas del país, cuanto más a los problemas de quienes ya no viven al amparo de la patria (¿la patria ampara?). 

Con el dinero que se gastó en el viaje de ambos, más los viáticos se pudo haber contratado a un eficiente buffet de abogados penalistas, se hubiera enjuiciado a la empresa de trenes TMR, encontrado a los culpables y quizá hasta sobraba dinero, pero no, llegaron los dos experimentados investigadores a constatar lo que ya todo el mundo sabía. 

No tuvieron tiempo de escuchar las quejas de algunos ingenuos compatriotas que creen que los diputados o los embajadores pueden hacer alguna cosa por ellos. Haciendo un esfuerzo lograron acomodar en su apretada agenda el clásico paseo por el centro, comprar algunos regalos para la familia, recuerdos porteños; una estúpida postal del obelisco filudo y hueco, en fin ya se sabe que Buenos Aires no es una postal, que es real y mata. 

Y la tierra prometida es un pequeño espacio en algún cementerio olvidado fuera de la ciudad. Las asociaciones de bolivianos en Argentina intentaron un par de protestas y algunas publicaciones de la comunidad recuerdan el hecho con un incomprensible eslogan: «no se olviden de Marcelina».

¿Quien no la debe olvidar, el gobierno?, Marcelina Meneses y su hijo fueron asesinados, y la búsqueda de justicia es responsabilidad de toda la sociedad, sobretodo y principalmente de los medios. ¿Por qué delegar algo que nos compete? 

Los hechos delictivos en las grandes urbes ciertamente suceden y la policía no puede cubrir con su presencia todos los rincones del delito, pero en este caso existe un testigo ocular: «yo lo vi todo». Sin embargo, la justicia, poderosa mama grande, sale con quien paga más y como en una subasta se vende a quien tenga billetera abierta.

Si no se castiga el crimen, este o cualquier otro, se le concede otra oportunidad al asesino, que se relame los dientes y se frota las manos mientras observa a su próxima víctima.

La impunidad reproduce el delito y da la venia al carnicero. 

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